13/3/10

La Mirra en la Biblia

En las diversas religiones, los olores agradables —los perfumes— desempeñan un importante papel en los ritos y liturgias, en la meditación, en las plegarias y en la comunicación con las divinidades. El cristianismo no permanece ajeno a esta práctica pero la dota de un nuevo significado. El propio Jesús toma contacto con los perfumes más valorados desde muy pequeño. El incienso y la mirra que le ofrecen los magos venidos de Oriente, el aceite de nardo, y los óleos funerarios con que ungen su cadáver, son sólo el inicio de una relación con los aromas que florecerá en el legado religioso de Jesús durante los siglos de formación y consolidación del cristianismo.

Entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y le adoraron postrados en tierra. Abrieron sus tesoros y le ofrecieron como regalo oro, incienso y mirra.
(Mt 2,11)

Ya en vida de Jesús, algunos aromas tuvieron su protagonismo, protagonismo que se profundizará durante la Edad Media y que continúa hasta nuestros días, reflejado en los usos litúrgicos de las Iglesias de Oriente y Occidente.Desde muy pequeño, Jesús toma contacto con los perfumes más valorados. Al ofrendarle su homenaje, los magos llegados de Oriente descritos en Mateo 2:11, le ofrecen sus presentes: oro, incienso y mirra.
                                                      
Es evidente que la presentación de estos dones al Niño Jesús y su específica mención en el Evangelio no es un hecho trivial. El oro ha sido apreciado por todas las culturas, pero para comprender la estima en que se tenían al incienso y la mirra, es necesario efectuar algunas consideraciones y no olvidar los valores del mundo antiguo. 

Los perfumes en la muerte de Jesús

Si bien los judíos no practicaban el embalsamamiento —como los egipcios— preparaban a sus muertos con perfumes, ungüentos y óleos aromáticos, envolviéndolos luego con lienzos blancos, antes de ser depositados en sus tumbas. Cuando Jesús muere, sus amigos se apresuran a bajar el cadáver de la cruz para tener tiempo de prepararlo y sepultarlo antes de que comenzara el sabat, ya que no les estaba permitido hacerlo en ese día dedicado a Dios. José de Arimatea y Nicodemo preparan el cuerpo con áloe y mirra. Pero el apresuramiento con que ungen el cadáver hace temer que éste necesite una preparación más minuciosa. Por ello, una vez finalizado el sabat, María Magdalena y las otras dos Marías se dirigen al sepulcro con "perfumes y ungüentos" (Marcos 16:1; Lucas 24:1) ya que en esa época era tarea de las mujeres la disposición del cuerpo de los muertos (Duby, 1996:31) y ellas probablemente consideraran que la unción de José y de Nicodemo no había sido suficiente.

A las tres Marías que concurren al sepulcro en la mañana del domingo se las conoce como las "mirróforas", o portadoras de mirra y son María Magdalena, María Salomé  y una tercera María.

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