Pero además de ser sagrado, era para todos un árbol inmortal, con una longevidad asombrosa y un símbolo de regeneración, ya que ante las inclemencias de tiempo y posibles enfermedades, el olivo podía sufrir o caer en decadencia, pero, como el ave Fénix, renacía de sus cenizas, perpetuándose en un nuevo brote. Su fruto era muy apreciado, pero no sólo en su forma original, las olivas (fáciles de conservar, consumibles durante todo el año, ricas en grasas y calorías), sino también el jugo dorado que se extraía de ellas, el aceite.
Todas estas características elevaban al olivo como un árbol que indicaba prosperidad, fecundidad, perpetuidad, es decir, paz y armonía para una sociedad. Es por esto por lo que la rama de olivo era utilizada por los antiguos griegos como símbolo de paz, en diversas ocasiones. Por ejemplo, al finalizar una batalla, los vencidos entregaban a los vencedores una rama de este árbol como símbolo de tregua, aceptación de la derrota y paz.
Su papel como símbolo de paz y buena voluntad fue también muy visible en Roma, cuando los adversarios ofrecían una rama de olivo para comenzar las negociaciones.
Podrían ser innumerables las citas referentes al olivo como mensajero de paz. Podemos incluso partir de una cita literaria de Virgilio que refiere cómo Eneas respondió a Palante, hijo del rey Evandro, sobre sus pacíficas intenciones mostrándole desde la popa de su barco una rama de olivo luego de que el audaz Palante saliera a su encuentro y de lejos gritara: “Jóvenes ¿paz nos traéis o armas?”.
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